Ella llevaba el amor en bolsistas de té. Iba al mercado y lo primero que compraba eran las benditas bolsitas. Pasaba horas admirando las cajas, sus empaques. Cuando el encargado pasaba por el pasillo se empezaba a rascar la cabeza y se hacía la loca. Y entonces, cuando se quedaba sola otra vez, abría las bolsas a escondidas para apreciar su olor. Escogía los más sensuales aromas y pagaba en efectivo. Llegaba a su casa, ponía el agua hervir, tomaba su taza, colocaba la bolsita en el fondo, le lanzaba un beso y vertía el agua. Era una cosa de apenas diez minutos y una buena conversación. De esas que uno recuerda a lo lejos, en la distancia. Esas que uno se aprende de memoria como una canción. Que se vuelven parte de uno, poco a poco.
d.
Pero un día, sin saber cómo ni por qué, la bolsita (su amor entero, enterito) que llevaba en su cartera se rompió. El té se le regó por todo el monedero. Se le metió en los cuadernos, en la agenda, en el estuche de maquillaje, en la blusa que llevaba puesta, en el sostén. Le cayó en los zapatos, en el pelo. Le entró por la nariz, por los ojos, por las orejas, por la boca. Se le quedó pegado en la piel. Y desde ese día, desde ese triste día, se dio cuenta de que estaba sola. Completamente sola. Ella y sus bolsitas de té. Y todo ese poco de recuerdos que no se le caen. Que no se le limpian. Y que no se le ensucian.
4 comentarios:
Guao. Qué elegancia de post. Qué manera tan linda de decir las cosas Deb.
Te adoro.
algunos recuerdos se nos quedan así impregnados y empezamos a llevarlos como un perfume, el de nuestra piel.
Me encantó esta mini-historia.
Besos Deb! (puedo decirte asi?)
como siempre... alucinante!
Ella llevaba el amor en bolsistas de té. ¡Atrapante!
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