La verdad, siempre me ha gustado pensar. Ponerme boca abajo y ver qué cae: hay ideas que sólo se vienen abajo con la gravedad, que si te quedas parado con los pies bien pegados a la tierra, nunca llegan. Claro que, al hacer este ejercicio, es decir, al ponerte de cabeza, suelen desplomarse algo más que buenas ideas. Hay días en los que sólo caen hojas secas, pero hay días, como ayer, en los que llueve torrencialmente.
Y entonces te mojas completito y lo pierdes o lo ganas todo. Te quedas atascado en mitad de la calle, no sabes adónde ir porque ya estás mojado y lo mismo da que te refugies o no bajo un techo. Así que te quedas parado (generalmente es de noche y la luna casi no se ve) y empiezas a sentir cómo, entre tu clavícula y tu ombligo, empieza a crecer un hoyo. Un hoyo que se hace cada vez más grande y más profundo, como un enorme abismo que te va tragando y te envuelve entre la niebla. Sabes que estás vivo porque no estás muerto, porque alguien acaba de preguntarte la hora y tú respondiste: “Son las siete menos cuarto”. Pero tu corazón ya no está en tu costado izquierdo y apenas puedes sentir que respiras.
Gritas y no escuchas nada. Vuelves a gritar. Nada. Si en este momento intentaras tocar tu cabeza no podrías hacerlo. Tiemblas. Un aire frío comienza a bajar por tu garganta, da vueltas en tus pulmones y se precipita de golpe hasta tus pies. Volteas, miras a un lado y al otro y todo sigue en orden: la vida sigue su curso a tú alrededor y no puedes alcanzarla. Intentas correr y te alejas. “¿Para qué coño me puse de cabeza? ¿Para qué?”, piensas e intentas correr una vez más. Como te falta aire haces una pausa y notas que ha dejado de llover. Te frotas los ojos y de pronto es de día. El maldito hoyo sigue allí, pero ya se puede ver la luna. Como no quieres entender nada, empiezas a caminar. Tu ropa se va secando. De hecho, sólo tu cabello está húmedo, como si acabaras de darte un cálido baño. Ahora eres tú quien pregunta la hora:
—“Disculpe, ¿qué hora tiene?”.
—“Un cuarto para las siete”, responde una voz.
Sí, has perdido un día por pararte de cabeza. Menudo pasatiempo. Antes tratabas de volar y, ahora, te aferras al mundo, lo agarras con tus manos. ¿Qué no te das cuenta? Claro que te das cuenta. ¿Entonces? Entonces voy retomar mis clases de vuelo, hace tiempo que no veo el mundo desde las nubes. Y no precisamente porque faltes tú. Te quiero.
Y entonces te mojas completito y lo pierdes o lo ganas todo. Te quedas atascado en mitad de la calle, no sabes adónde ir porque ya estás mojado y lo mismo da que te refugies o no bajo un techo. Así que te quedas parado (generalmente es de noche y la luna casi no se ve) y empiezas a sentir cómo, entre tu clavícula y tu ombligo, empieza a crecer un hoyo. Un hoyo que se hace cada vez más grande y más profundo, como un enorme abismo que te va tragando y te envuelve entre la niebla. Sabes que estás vivo porque no estás muerto, porque alguien acaba de preguntarte la hora y tú respondiste: “Son las siete menos cuarto”. Pero tu corazón ya no está en tu costado izquierdo y apenas puedes sentir que respiras.
Gritas y no escuchas nada. Vuelves a gritar. Nada. Si en este momento intentaras tocar tu cabeza no podrías hacerlo. Tiemblas. Un aire frío comienza a bajar por tu garganta, da vueltas en tus pulmones y se precipita de golpe hasta tus pies. Volteas, miras a un lado y al otro y todo sigue en orden: la vida sigue su curso a tú alrededor y no puedes alcanzarla. Intentas correr y te alejas. “¿Para qué coño me puse de cabeza? ¿Para qué?”, piensas e intentas correr una vez más. Como te falta aire haces una pausa y notas que ha dejado de llover. Te frotas los ojos y de pronto es de día. El maldito hoyo sigue allí, pero ya se puede ver la luna. Como no quieres entender nada, empiezas a caminar. Tu ropa se va secando. De hecho, sólo tu cabello está húmedo, como si acabaras de darte un cálido baño. Ahora eres tú quien pregunta la hora:
—“Disculpe, ¿qué hora tiene?”.
—“Un cuarto para las siete”, responde una voz.
Sí, has perdido un día por pararte de cabeza. Menudo pasatiempo. Antes tratabas de volar y, ahora, te aferras al mundo, lo agarras con tus manos. ¿Qué no te das cuenta? Claro que te das cuenta. ¿Entonces? Entonces voy retomar mis clases de vuelo, hace tiempo que no veo el mundo desde las nubes. Y no precisamente porque faltes tú. Te quiero.
3 comentarios:
Ayy mi deb.. como que las dos tuvimos días de excesos de pensamientos... No nos lleva a nada, querida... solo a crear nubes y nubes... Así que a buscar cualquier cosa para volar... Te extraño...
Me uno a las pensadoras!
Si consiguen retomar el vuelo pues denme la receta pues yo tambien, desde hace tiempo, no veo el mundo desde las nubes.... Y como hace falta!
besos.
GUAO! del carajo amiga, eres como un insert en publicidad. Eso es cuando ves un comercial y dices: Coño, me pasa exactamente igual! Ya te dije, espero tus libros, tus artículos. TE QUIERO
Publicar un comentario