Las esquinas. No sé qué tienen las esquinas. Son como un secreto, una palabra anclada entre las amígdalas, la sombra viva de un deseo, las cenizas que reposan en el fondo del vaso. Ese espacio vacío en el sofá, este domingo triste.
También son un puente. Y un maldito carrusel de fotografías. Cada vez que uno se asoma, se cae, se derrumba, se hunde. No la esquina, sino uno. Son un traspié aparatoso, un hueco en la calle que nunca se logra esquivar: en el que siempre se cae.
Uno va caminando pensando en quién sabe qué cuando de repente ¡zás! La respiración se hace más lenta, el tun-tun corazón se pone en volumen máximo, el rostro arde. Estamos parados en la esquina. Nuestra esquina. La esquina de siempre. Ésa que nunca cambia, que siempre es la misma. En la que retumba el rumor del mar, en la que se baila tango en la superficie de la luna.
Esa misma que, cuando quiero (quieres) verte (verme) se vuelve convexa: se vuelve vértice: ese espacio en el que concurren nuestros cuerpos: el tuyo, el mío. Porque eso son las esquinas. Un minúsculo punto en el infinito de nuestros mundos en el que ambos coincidimos. Un microscópico tiempo-espacio en el que, por fin, entre tanto universo, nos encontramos.
Somos sólo nosotros. Tú. Yo. Estamos sólo nosotros. Tú. Yo. El amor es nuestro oponente. La esquina (nuestra esquina) es el coliseo. La arena firme dispuesta para el combate. Para ganar la contienda debemos sobrevivir al amor, vencerlo. Si él nos gana, seremos menos que ganas.
Cada esquina es una batalla. Una oportunidad para ganar, para doblegar al enemigo: el amor. No podemos vivir sin el enemigo. Sin él no somos dos, no somos nada. Por eso debemos sobrevivir a él: para que siempre haya una nueva batalla. Y por eso, también, esta esquina ya no es mía.
También son un puente. Y un maldito carrusel de fotografías. Cada vez que uno se asoma, se cae, se derrumba, se hunde. No la esquina, sino uno. Son un traspié aparatoso, un hueco en la calle que nunca se logra esquivar: en el que siempre se cae.
Uno va caminando pensando en quién sabe qué cuando de repente ¡zás! La respiración se hace más lenta, el tun-tun corazón se pone en volumen máximo, el rostro arde. Estamos parados en la esquina. Nuestra esquina. La esquina de siempre. Ésa que nunca cambia, que siempre es la misma. En la que retumba el rumor del mar, en la que se baila tango en la superficie de la luna.
Esa misma que, cuando quiero (quieres) verte (verme) se vuelve convexa: se vuelve vértice: ese espacio en el que concurren nuestros cuerpos: el tuyo, el mío. Porque eso son las esquinas. Un minúsculo punto en el infinito de nuestros mundos en el que ambos coincidimos. Un microscópico tiempo-espacio en el que, por fin, entre tanto universo, nos encontramos.
Somos sólo nosotros. Tú. Yo. Estamos sólo nosotros. Tú. Yo. El amor es nuestro oponente. La esquina (nuestra esquina) es el coliseo. La arena firme dispuesta para el combate. Para ganar la contienda debemos sobrevivir al amor, vencerlo. Si él nos gana, seremos menos que ganas.
Cada esquina es una batalla. Una oportunidad para ganar, para doblegar al enemigo: el amor. No podemos vivir sin el enemigo. Sin él no somos dos, no somos nada. Por eso debemos sobrevivir a él: para que siempre haya una nueva batalla. Y por eso, también, esta esquina ya no es mía.
4 comentarios:
Querida cronopia, tus palabras lo dejan a uno contra las cuerdas, a punto de caer sobre la lona, pidiendo ayuda a esa esquina del ring de donde salimos a pelear y a resistir, y que tan bien asemejas con ese otro ángulo unas veces obtuso y otras recto que es el amor, ese esquinazo.
Luis Yslas
... no words...
Desde esta esquina te grito, como un pregonero para ganarse su pan, ¡Feliz Cumpleaños! Te quiero, Barbie. Que pases un feliz día (estaré presente en él). Abrazo y beso.
Feliz cumple, todos los mejores deseos y regalos para ti...
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