miércoles, 28 de febrero de 2007
Placeres exquisitos
La copa de vino tinto o el vasito de Bayles: Son casi las seis de la tarde, llegas a tu casa, te quitas los zapatos, pones musiquita, tiras la cartera, te desabrochas el sostén y te sirves una copita de tinto. Brindas por ti, por la vida, por el día a día y te escapas de Caracas desde la comodidad de tu hogar. Me encanta.
Las arepitas fritas dulces o con diablito: Tempranito en la mañana o al regresar del trabajo. Nada como la arepita frita dulce o con diablito de mamá. No se consiguen ni en el Budare.
Cine sola: Nadie quiere acompañarte y no hay proyectos a corto plazo de nada mejor, pues escápate al cine. Luego de que lo haces una vez, no vas a poder parar. Te apoderas 100% de lo que ves en la pantalla y, al salir, discutes contigo misma la película. Una experiencia religiosa.
Los besos largos: “No tienen horario ni fecha en el calendario”. Siempre son bienvenidos… sobre todo cuando sobran las ganas.
El chocolate oscuro: Mientras más oscurito, mejor. Lo ideal es comer un trozo en la noche, para endulzar la lectura nocturna.
Dormir con él: Enredar tus pies con los de él, oír su respiración, apretar su mano. Una perfecta sintonía de amor…
Las margaritas: Mis amigas me reprenden cada vez que arranco una flor. Dice que las estoy matando, que soy una egoísta. Seguramente lo soy, pero me importa un bledo. Si nadie me regala flores, ¿por qué no puedo regalármelas yo? Además, es una conversación, un encuentro. Cada flor que arranco es un saludo a mí misma, un “Te quiero”, “Qué linda estás hoy”, “Me encantas”, “¿Querías una flor? Aquí la tienes”.
Ir de compras: Cura cualquier depresión, pelea, mala vibra y todo lo que se le parezca. Claro que, si no tienes dinero, NO LO HAGAS. Puedes terminar triplemente deprimida luego de ver todo lo que quieres y no puedes tener. Pero, si tienes unos realitos, pues nada mejor que ir a comprarte algo para ti y solamente para ti. A veces, cuando estoy en bancarrota, opto por regalarme a mí misma una cajita de bombones.
Libros o discos: Como mi sueldo apesta, no puedo darme el lujo de ser compradora compulsiva de ropa, carteras o zapatos. Así que desarrollé una modalidad más económica y educativa: compro libros y discos por doquier. Ya ni lo pienso, si veo un libro o disco que me guste, me lo llevo. Así siempre tengo un nuevo tema de conversación bajo la manga, al tiempo que voy engordando mi biblioteca y discoteca.
Lo inesperado: Puede ser una llamada, un mensaje de texto, una visita sorpresa, un correo electrónico, una postal, una foto, un saludo. Esas cosas que esperamos a diario, pero que por ley natural no pueden ni deben (ya no serían mágicas) suceder todos lo días.
Pan con mantequilla: Mi mamá dice que cada vez que come o nos ve comer pan con mantequilla recuerda el Caracazo. Según ella —yo era demasiado pequeña como para recordar algo—, cuando Caracas entró en llamas el 27 de febrero de 1989, en mi casa existía una pequeña máquina de hacer pan y, mientras duró el sacudón, engullíamos —engullían ella y mi padre, mas bien— grandes cantidades de pan recién horneado con mantequilla. Hoy ya no existe tal máquina, pero la tostadora lo hace muy bien y no hay nada como desayunar o merendar un caliente pan con mantequilla de la buena.
Siesta en la playa: Sucede que no soy de las que va a la playa a derrochar físico, fumar y embriagarme. Intenté hacerlo en mi viaje de graduación y el resultado fue inefable. No sirvo para eso ni lo disfruto. Lo que a mí me gusta hacer es comer cosas que engordan (tequeños, tortilla española, camarones, calamares, paella, pasta con atún, helado, galletas, etc.) y tomar agua de coco o refresco. Bueno, de vez en cuando una o tres cervecitas bien heladas, pero no más de eso. Y, por supuesto, dormir bajo la sombra de una frondosa palmera. Este acto siempre va acompañado de una lectura previa que siempre cede ante el sueño y el crujir de las olas.
Las películas de Disney: Son bienvenidas casi siempre, pero especialmente los domingos. Puedo verlas una y otra y otra y otra vez.
Largas duchas: Nunca me bañado en una tina con espumas, es algo que he visto en películas y que no he tenido la oportunidad —mejor dicho, la tina— de hacer. Así, me doy largas duchas: empezando con agua caliente y terminando con agua bien fría.
Las buenas conversaciones: No tiene precio ni comparación. Un placer que busco diariamente. Me gusta conocer gente y pensar: “Qué rico es conversar con él/ella”.
No abrir el paraguas: Caminar por la calle mientras llueve y mojarte de pies a cabeza...
lunes, 26 de febrero de 2007
No podían faltar las Charolastras
Los diez mandamientos de las Charolastras:
1) Las charolastras deben amarse sobre todas las cosas.
2) Las charolastras deben practicar el sexo libre.
3) Los novios de las charolastras no pueden ser vírgenes, deben estar re-buenos, ser chingos, bohemiamente inteligentes, sexuales y atractivos.
4) Las charolastras no pueden deprimirse ni llorar por ningún hombre.
5) Las charolastras no pueden follarse al novio de la otra charolastra. Y si se lo follan, deben decírselo.
6) Las charolastras deben acudir a un bar por lo menos 3 veces al mes.
7) Las charolastras deben tomar sol y bañarse en pelotas en la playa.
8) Las charolastras siempre deben lucir preciosas, chingas, re-buenas, eróticas e inalcanzables.
9) Las charolastras no le tienen miedo a nada ni a nadie.
10) Las charolastras son como la espuma, por eso se dan como el mar.
PD: A ver cuando ponemos más en práctica los número 6 y 7.
(Ya se ve por qué la sombra de Peter Pan quería escapar...)
Acerca de las Voraces
—No soy sosa soy sabrosa: "Nigua que se respete va como cordero al refrigerador".—Cadáver exquisito: "O al horno, BOMBÓN".—No soy sosa soy sabrosa: "Y no por lo dulce, sino por lo REDONDO".
domingo, 25 de febrero de 2007
Negro el 10
NEGRO EL 10
Empieza por no ser. Por ser no.
El caos es negro. Como negra es la nada.
Nace la claridad, su gallo friza el cielo, se esponjan los colores/vanidosos.
Pero el negro se ahínca primigenio. Toda luz se abisma en el carbón, en el basalto.
Para mejor lanzarnos al asalto del día. (Goya pudo decirlo).
Socavón en la sangre, en la memoria, el negro sube a la palabra, es la tormenta rabiosa de los odios, los celos: Othello el blackamor, el moro negro para lívido Yago. Siempre.
Padre profundo, pez abismal de los orígenes, retorno a qué comienzo. Estigia contra el sol y sus espejos, término de los cambios, última estela delas mutaciones, palabra del silencio.
Su palacio nocturno: el sueño, el parpado
sedosa guillotina del diverso pavorreal para que sólo las similitudes desplieguen los tapices del morado, de púrpura y de óxidos, harem del negro, esperma de los sueños.
Se diría que le gusta que los aplanen, lo espabilen, lo tiendan en las lisas superficies, como se hace aquí. Se diría que ama el trampolín desde donde saltan los colores, su callado sostén.
Todo es más contra el negro,
todo es menos cuando falta.
Cedes a esta metamorfosis que una mano enamorada cumple en ti, te llenas de ritmos, hendiduras, te vuelves tablero, reloj de luna, muralla de aspilleras abiertas a lo que acecha siempre del otro lado, máquina de contar cifras fuera de las cifras, astrolabio para tierras nunca abordadas, mar petrificado en el que resbala el pez de la mirada, caballo negro de las pesadillas, hacha del sacrificio, tinta de la palabra escrita, pulmón del que diseña, serigrafía de la noche, negro el diez:
ruleta de la muerte,
que se juega viviendo.
Tu sombra espera tras de toda luz.
Julio Cortázar
(http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/cortazar/index.htm)