Un video que hice hace como dos años con la ayuda de Amira Saim. Es un poema de Cortázar llevado a imágenes.
domingo, 28 de octubre de 2007
martes, 23 de octubre de 2007
Otra vez el Che
Pues sí. Resulta que el Che estaba en la marcha de hoy. Dos amigas periodistas, Adiala Salas Bellorín y Adriana Romero Puche, y yo nos lo topamos en nuestro camino de regreso. La intrépida de Adiala le tomó dos fotos descaradamente (las que se ven abajo) con su celular y luego, armadas de valor, las tres nos acercamos a conocerlo.
a.
a.
Es un tipo muy educado. Huele bien. Habla divino. Su nombre real es Humberto López. Nos prometió una entrevista a las tres esta misma semana. Así que pronto tendrán más detalles sobre su vida detrás de la imagen de Ernesto "Che" Guevara. Promete ser fascinante. Por ahora, pueden deleitarse con las fotos.
Fotos: Adiala Salas Bellorín.
sábado, 20 de octubre de 2007
La mejor lengua popular
A Adrina Romero Puche, por todas las canciones (y por las confesiones también).
A.
a.
"A lo lejos se escucha venir lo que el río no quiso contar, a lo lejos se escucha venir lo que el río no quiso contar: como siempre te vas a reír de algo ganso que te diga yo, y te vas a dormir abrazándote siempre a mí. Mi sentimiento va durar, el fuego no me va a quemar. Y ya no tengo espinas clavadas en el corazón".
a
Demasiado bueno, demasiado. Calamaro siempre se las lleva todas en sus discos, todas. Es algo increíble. Pero este último tiene un plus: es un compedio de todo ese volcán que es Latinoamérica. Uno lo oye, uno lo canta y es como si viajaras desde México a la Patagonia.
S.
Tiene esa cosa rara que tienen los argentinos. En una edición dominical del diaro español El País (no tengo la fecha, perdón), en un artículo que versaba sobre Julio Cortázar, se leía: "Ser argentino es estar triste y estar lejos". Y la verdad uno siempre está lejos de algo, de alguien. Pero con Calamaro la cosa es diferente: él siempre está esperando a alguien. Él siempre la espera, siempre. En todos sus discos ella siempre está, nunca falta.
a.
Así que me pregunto: ¿a quién espera Andrés Calamaro? ¿Lo sabe su actual novia, Julieta Cardinali? ¿Es ésa su dulce condena? Y, sobre todo, me pregunto: ¿será que todos, maldita sea, esperamos por siempre?
a.
"Que para siempre te voy a esperar, que para siempre te voy a querer. Como siempre te voy a pedir, para siempre querernos así. La corriente del río que vino te trajo hasta mí. Y ya no tengo espinas clavadas en el corazón".
a.
Pues yo no, lo siento. No espero. Ya no.
jueves, 18 de octubre de 2007
The Lake House
No sé por qué nunca vi esta película en el cine, creo que el trailer (no sé por qué) me pareció de película de terror.
Tiene que ver con un libro de la escritora inglesa Jane Austen y está dirigida por un argentino. Es preciosa. Hay que verla más de una vez.
No quiero saber, no hace falta
No es bueno saberlo TODO sobre ALGUIEN y, mucho menos, que alguien sepa TODO sobre TI.
domingo, 14 de octubre de 2007
The Lizard King
—Jim Morrison.
J
Ilustración de Keith Haring
(desconozco si la hizo por El Rey Lagarto de Morrison, pero quién sabe ¿no?)
jueves, 11 de octubre de 2007
Me quiero ir
Reventé.
No aguanto más.
Me quiero ir, me quiero ir, me quiero ir.
No sé a dónde, no importa a dónde.
Pero me quiero ir.
No aguanto más.
Me quiero ir, me quiero ir, me quiero ir.
No sé a dónde, no importa a dónde.
Pero me quiero ir.
domingo, 7 de octubre de 2007
Esta esquina
Las esquinas. No sé qué tienen las esquinas. Son como un secreto, una palabra anclada entre las amígdalas, la sombra viva de un deseo, las cenizas que reposan en el fondo del vaso. Ese espacio vacío en el sofá, este domingo triste.
También son un puente. Y un maldito carrusel de fotografías. Cada vez que uno se asoma, se cae, se derrumba, se hunde. No la esquina, sino uno. Son un traspié aparatoso, un hueco en la calle que nunca se logra esquivar: en el que siempre se cae.
Uno va caminando pensando en quién sabe qué cuando de repente ¡zás! La respiración se hace más lenta, el tun-tun corazón se pone en volumen máximo, el rostro arde. Estamos parados en la esquina. Nuestra esquina. La esquina de siempre. Ésa que nunca cambia, que siempre es la misma. En la que retumba el rumor del mar, en la que se baila tango en la superficie de la luna.
Esa misma que, cuando quiero (quieres) verte (verme) se vuelve convexa: se vuelve vértice: ese espacio en el que concurren nuestros cuerpos: el tuyo, el mío. Porque eso son las esquinas. Un minúsculo punto en el infinito de nuestros mundos en el que ambos coincidimos. Un microscópico tiempo-espacio en el que, por fin, entre tanto universo, nos encontramos.
Somos sólo nosotros. Tú. Yo. Estamos sólo nosotros. Tú. Yo. El amor es nuestro oponente. La esquina (nuestra esquina) es el coliseo. La arena firme dispuesta para el combate. Para ganar la contienda debemos sobrevivir al amor, vencerlo. Si él nos gana, seremos menos que ganas.
Cada esquina es una batalla. Una oportunidad para ganar, para doblegar al enemigo: el amor. No podemos vivir sin el enemigo. Sin él no somos dos, no somos nada. Por eso debemos sobrevivir a él: para que siempre haya una nueva batalla. Y por eso, también, esta esquina ya no es mía.
También son un puente. Y un maldito carrusel de fotografías. Cada vez que uno se asoma, se cae, se derrumba, se hunde. No la esquina, sino uno. Son un traspié aparatoso, un hueco en la calle que nunca se logra esquivar: en el que siempre se cae.
Uno va caminando pensando en quién sabe qué cuando de repente ¡zás! La respiración se hace más lenta, el tun-tun corazón se pone en volumen máximo, el rostro arde. Estamos parados en la esquina. Nuestra esquina. La esquina de siempre. Ésa que nunca cambia, que siempre es la misma. En la que retumba el rumor del mar, en la que se baila tango en la superficie de la luna.
Esa misma que, cuando quiero (quieres) verte (verme) se vuelve convexa: se vuelve vértice: ese espacio en el que concurren nuestros cuerpos: el tuyo, el mío. Porque eso son las esquinas. Un minúsculo punto en el infinito de nuestros mundos en el que ambos coincidimos. Un microscópico tiempo-espacio en el que, por fin, entre tanto universo, nos encontramos.
Somos sólo nosotros. Tú. Yo. Estamos sólo nosotros. Tú. Yo. El amor es nuestro oponente. La esquina (nuestra esquina) es el coliseo. La arena firme dispuesta para el combate. Para ganar la contienda debemos sobrevivir al amor, vencerlo. Si él nos gana, seremos menos que ganas.
Cada esquina es una batalla. Una oportunidad para ganar, para doblegar al enemigo: el amor. No podemos vivir sin el enemigo. Sin él no somos dos, no somos nada. Por eso debemos sobrevivir a él: para que siempre haya una nueva batalla. Y por eso, también, esta esquina ya no es mía.
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