viernes, 3 de agosto de 2007

Los perros obesos y un pedazo de mi primera noche con Pancho (I parte)

La Florida, Caracas. Siete de la noche.

—¿Y cómo era Clara?
—Se parece mucho a ti, sólo que ella tenía los ojos color esmeralda.
—¿A mí?
—Sí, tienes los mismos brazos… te pareces mucho a ella. Apenas te vi entrar lo pensé: se parece a Clara, sólo que no tiene los ojos color esmeralda.

Los ojos color esmeralda.
Esmeralda. Verde esmeralda, como la esmeralda.
No, mis ojos son marrones. Marrón. No tan oscuro, tampoco muy claro. Pero eso no importa: lo que importa es que me parezco a Clara Lambea, el primer gran amor de Francisco Massiani: Pancho.

Clara y Pancho se conocieron en París, igual que Horacio y la Maga. La primera vez que Pancho vio a Clara la invitó a tomarse unos tragos y de allí se fueron a un hotel a hacer el amor (“¿Y qué otra cosa podía hacerse con ese sucio tiempo?”, diría Cortázar). Y luego de esa noche, como no era de esperarse, se amaron para siempre: “Esa noche tomamos vino y luego nos fuimos a un hotel a amarnos de una vez, como debe ser”. Para siempre, aunque Pancho no la haya vuelto a ver jamás desde hace muchísimo tiempo.

Massiani cometió la estupidez (son sus palabras) de casarse por poder, una vieja usanza que consistía simplemente en firmar un mísero papel (a distancia incluso, sin conocerse los cónyuges) que nada sabe del amor. Pero, como era de esperarse, en lo que Pancho recibió el dinero de su nueva unión se fue de luna de miel con Clara en vez de con su esposa apoderada. Viajó con ella, con Clara, por Barcelona (España) y por algún otro lugar que el vino de aquella noche ya no me deja recordar.

Él toma mucho vino. Pancho, digo. Francisco Massiani, quiero decir. Y tinto, por supuesto. Siempre tinto.

Lo conocí por casualidad el miércoles pasado, primer día del mes de agosto de 2007. Su casa, como su corazón, no tiene nombre propio ni apellido. Es blanca y está custodiada por un par de golden retriever extremadamente obesos, los más gordos que he visto en mi vida.

Su cuarto es su biblioteca: la cama, de sábanas (también blancas) sin tender, se ubica justo al frente de una extensa biblioteca añeja. Entre los libros y la cama hay un sofá. Un televisor también. Y películas porno, muchas películas porno.

Pancho está sentado en su cama. Habla, habla, habla. No se levanta nunca. Toma vino: una copa, brindis, dos copas, brindis, tres copas, brindis, cuatro copas, brindis. Aunque la verdad no son copas, sino unos modestos vasos de vidrio azul. Las botellas vacías se amontonan a sus pies, cerca de la cabecera de la cama. Allí también hay libros (viejos) y un radio (negro) que apenas se oye.

“Qué linda eres. Qué espalda tan bella, qué cuello de cisne. Tienes unas piernas y unos brazos hermosos. Qué linda que eres”, me dice Pancho.

Como los de Clara, pienso yo. No recuerdo (es culpa del vino) que me hayan dicho antes que mis brazos, con lo regordetes que son, sean hermosos. Ni mi espalda.

—¿Y Clara no ha leído nada de lo que usted le ha escrito?, le pregunto.
—No, nada, responde.
—Ah…, suspiro yo.
—Pero no importa. No importa porque tú, que te pareces mucho a ella, lo estás leyendo por ella esta noche, dice y agacha la cabeza.

En la pequeña sala improvisada hay otros dos señores: Guillermo Morón, historiador venezolano, y Elio Gómez Grillo, abogado. Estaban allí apenas llegamos a casa de Pancho. Yo me senté en el sofá junto a Grillo y Eulimar se sentó junto a Pancho.

—Valió la pena esperar, le dice Pancho a sus contemporáneos.
—Sí, qué belleza, responde Morón.
—¿Cómo te llamas?, me pregunta Grillo.
—Débora, digo yo.
—¿Y ella?, vuelve a preguntar Grillo.
—Eulimar, respondo.

Pancho acaricia el tobillo de Eulimar y le pide un beso:

—¿Me vas a dar un beso?
—Claro, Pancho, responde Eulimar, y lo besa en la mejilla.
—No, un beso en la boca. Tú me prometiste que me ibas a dar un beso en la boca, reclama Pancho.
—Yo no te prometí nada, Panchito. Tú me dijiste que me ibas a dar un beso, yo nunca dije que te lo iba a dar.
—Uno solito, insiste Pancho.
—¡No, Pancho!, se ríe Eulimar.

Desde el sofá:

—Bueno, si ustedes quieren besarse nosotros miramos para otro lado y no pasa nada, ¿verdad Grillo?, bromea Morón.
—Claro, claro, responde Grillo.

Derrotado, Pancho empieza a recordar su pasado. Los tres ancianos empiezan a hablar de sus años de juventud, cuando no tenían tanto pellejo arrugado ni vivían aquí:

—Odio a los franceses. Bueno, no a los franceses. Sino que cada vez que yo iba a visitar a mi amiga Monique a París tenía que cargar un pañuelo impregnado de agua de colonia. El olor era insoportable, narra Morón.
—Sí, sí, sí, asegura Grillo.
—Mira, Clara se bañaba una vez a la semana. Se pasaba unos trapitos húmedos y más nada. Y a mí encantaba porque olía a ella, era algo maravilloso. Es más, cuando se bañaba me arrechaba. Su olor era una cosa divina, recuerda Pancho enamorado.

Luego Grillo echó un cuento en francés sobre Flaubert y su Madame Bovary. Según contó, cuando el libro se editó por primera vez no tuvo muy buena acogida. Tanto así, que el librero que los vendía le explicaba a Flaubert que su obra era tan sagrada que nadie se atrevía a tocarlo.

—¿Cómo es que se llama ella?, me pregunta Grillo por segunda vez.
—Eulimar, respondo.
—Mira, Eulimar, oye este cuento que dura un segundo. Yo estaba una vez manejando por España, quería ir a Sevilla y estaba perdido en la carretera. Entonces veo a un campesino y le pregunto: “Amigo, epa, amigo, tenga la amabilidad: ¿este es el camino a Sevilla?”. Y el tipo me responde: “Ni soy su amigo, ni este es el camino a Sevilla”.

Y así siguió la velada, cuento tras cuento, copa tras copa. Era una noche fresca, aunque el aire no corría mucho en el lugar. Pancho daba vuelta a unos cassettes viejos mientras se empujaba los lentes que resbalaban sobre su nariz. Me regaló un libro de poemas (Señor de la ternura) y un dibujo a carboncillo. También me contó que cuando vivía en París tuvo la oportunidad de conocer a Julio Cortázar y no lo hizo:

—Julio leyó algo que yo escribí y le dijo a un amigo mío que me quería conocer. Nos íbamos a ver en un café a las seis de la tarde, pero cuando llegué al lugar me dije: “No tengo nada que contarle a este gigante”. Así que no entré y me fui al hotel con Clara. Lloramos juntos largo rato, pero luego tomamos vino e hicimos el amor.

Tiempo después Pancho se enteró de que Julio lo esperó hasta las 10 de la noche. Y, también, de que el gigante ya no lo quería conocer.

—¿Por qué no entraste, Pancho?, le pregunté.
—Por timidez, respondió.

Habían pasado más de dos horas, nos teníamos que ir. Así que tomamos una copa más y dijimos adiós. Pancho se quedó se quedó sentado en su cama sin tender, con el vino en la mano, cabizbajo. Y me dijo, una vez más, que me parecía a Clara, sólo que ella tenía los ojos color esmeralda.

PD: Clara también comía papas fritas en París, sólo que, a diferencia de la Maga, no se le caían al piso. Se los dije, yo soy la Maga.

Francisco Massiani
Caracas, 1944.
Escritor venezolano.
También dibujante y músico: “Toco acordeón, guitarra y piano”.
Algunas obras:

Piedra de mar
Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal
Las primeras hojas de la noche
Florencio y los pajaritos de Angelina, su mujer
Un regalo para tía Julia y otros relatos
El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes
Con agua en la piel
Señor de la ternura

14 comentarios:

eusucre dijo...

OK!
Sin palabras de nuevo!

Gracias por escribir así mi querida amiga " maga" jeje!
tq!

Juan Miguel dijo...

Te envidio. Siempre quise conocer a Francisco Massiani y a Guillermo Morón.

A él lo envidio por Clara, y por el viaje a París.

Con toda la envidia, los quiero a los dos, a él por su prosa, y a tí por todo.

Débora Ilovaca Leiro dijo...

:)

Cuando regese de Apure tengo que ir a visitarlo, están cordialmente invitados. sólo tienen que llevar vino y queso. Más nada. ¡Los llamo en lo que llegue!

D-.

Nohemi Dicuru dijo...

UFFFFF!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

debs te premie!

Amira Saim dijo...

Deeeebb tenía q contarte, resulta q Pancho es tío de Ma Mercedes Seittiffe, su mamá es hermana de él, la que fue novia de mi papá y resulta q Pancho es amigo de mi papá

Amira Saim dijo...

En mundo es un huequito mínimo

Luis Yslas dijo...

Querida Débora:

Conozco a varias personas, amigos cercanos, que han visitado a Pancho. Pocos son los que registran esos encuentros. Y menos aún los que, incluso escribiendo las remembranzas de esas charlas, logran imprimirle a sus palabras la gracia, la ternura y la emoción que posee el recuerdo de esa vinada en La Florida que has tenido el gusto de compartir con tus lectores del blog. Siempre es grato leerte, porque lo haces con entusiasmo, frescura e inteligencia.

Eulimar Núñez Socorro dijo...

Mi Debi,
¡Qué emoción me produce leerte! Es increíble con qué destreza puedes plasmar los sentimientos en palabras. Asombroso, ciertamente. El haber compartido ese momento contigo me hizo -y me hace- muy feliz. Conocer y visitar a Pancho (gracias a la ayuda de un querido amigo que tú conoces) es lo mejor que me ha pasado en los últimos días; no sólo por lo mucho que aprendo escuchándolo, sino por todas y cada una de sus ocurrencias. Anécdotas que a veces me producen carcajadas imparables, y en otras ocasiones, sólo me dan ganas de llorar.
Ayer fui a verlo y lo primero que hizo fue preguntar por Débora: "Qué bella tu amiga, vale". Ahí, sentadito en su cama, espera con ansias a que regreses.
Ah, y otra cosa, nos escribió un poema, a las dos: ¡BELLÍSIMO! Ya lo leerás.
Te quiero y extraño mucho mi Deb.

Unknown dijo...

Debbbbbb! qué fino! cuándo vas a publicar la II parte?

tq!

Aye dijo...

wow...
entonces era de verdad...
y yo que leia todo como si fuera una especie de fantasía... =)
claro, seguro que porquenunca escuche nombrar a Francisco Massiani...
sin embargo, es increíble la historia que contás... viviendo casi como Oliveira y la Maga no fue a encontrarse con Julio.... es envidiable, una pena que no haya ido, y que encima J.C. lo hubiera esperado!

Qué bonita historia, de veras... =)

Besos!

Laura Strazza... dijo...

No entiendo como haces para que uno se pierda en un relato, para que con cada palabra que uno lee, se imagine cada detalle de la historia como si estuviese (o haya estado) alli... De pana Debs, me quito una vez mas el sombrero!!! (esta es la parte cuando dejo el sentimentalismo romantico y digo "Perra!", pero esta vez no lo voy a hacer!!!) Tq!

Adriana Terán H. dijo...

Deb,

No dejas de impresionarme.

Te agradezco cada segundo del tiempo usado en leer esta genial historia.

Besos

Sofía dijo...

Hola Débora,
estaba buscando cosas de Massiani y me topé con tu relato, luego ví tu nombre y me sonó. Recordé que estuvimos en la misma clase de inglés jajaja. No sabía que eras colega. ¡Está bueno tu blog!
Saludos

Unknown dijo...

Hola que tal, me tope con esto tan bonito que cuentas de tu visita a pancho y me tome la molestia de mostrarte algo de mi trabajo en relación al gran pancho.

Espero que los disfrutes.

http://www.flickr.com/photos/jotaemecruz/5863683992/in/photostream

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He tenido la suerte de conocerlo y compartir alegres tardes con él, y la verdad es que se hace querer. Esta serie de trabajos han sido en honor a un amigo al cual admiro muchísimo. Saludos, José Cruz