Estar triste es tener ojeras. De esas que nacen en la esquina interna de los ojos, bajan hasta el cachete y desaparecen mientras se acercan a las sienes. Unas ojeras como éstas, como grises. Y tristes, tan tristes como yo.
Es querer comer algo que no existe. O, al menos, algo que no venden en ningún quiosco y que no aparece en ningún menú de ningún restaurante de Caracas.
Es caminar lento, arrastrando los pies.
Despertarse tarde y llegar tarde a todos lados: trabajo, entrevistas, citas, películas, programas de televisión.
Es no querer hablar con nadie y desear una llamada que nunca llega. Un mensaje que nadie escribe.
Vestirse y desvestirse diez veces al salir de la ducha. No querer echarse cremas que huelen rico, ni perfumes. Ni siquiera ponerse zarcillos.
Es no pensar en cómo está quedando este texto.
Oír mil veces la misma canción.
Y una sensación profunda de vacío. De esa nada que llena el espacio. Sobre todo: no saber de dónde vienen ese vacío y esa nada.
Es no tener ganas.
Tratar de sonreír y no poder. Reírse de un buen chiste, pero no como siempre.
Una foto que hace llorar. Morir un poco cada día. Y encontrar sucio en las uñas.
No me gusta estar triste.
jueves, 19 de noviembre de 2009
miércoles, 4 de noviembre de 2009
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