domingo, 7 de septiembre de 2008

Pobreza: la guerra no declarada

Foto: Kevin Carter
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"Nada te prepara para la guerra. Ni las películas, ni los libros. Uno no sabe cómo va a reaccionar, pero como en todo, uno se adapta y adquiere patologías. Uno va sintiendo miedo en diferentes índoles e intensidades. Te adaptas a la posibilidad de la guerra propia o próxima. Sin embargo, no hay que dejar que las cosas que uno ve se cicatricen. Yo creo en las llagas abiertas, en las heridas vivas. Las cicatrices son muy peligrosas. No quiero que la guerra sea una cosa abstracta, objetizable. Quiero que les duela".
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—Jon Lee Anderson, periodista norteamericano y reportero de guerra.

Cuando conocí a Jon Lee Anderson estaba comenzando a hacer mi trabajo de grado. Todavía no había caminado ningún barrio caraqueño, ni me había sentado largas horas a conversar con las protagonistas (mujeres venezolanas que viven en pobreza en la Gran Caracas) de mi trabajo.
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Anderson visitaba Caracas con motivo de la presentación de su obra Che Guevara: Una vida revolucionaria. Recuerdo que compré el libro ese mismo día y que antes de entrar a la conferencia me tomé un par de cervezas con mis compañeras de periodismo en el Ateneo.
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Entonces entramos a la sala. Me sentía emocionada. Tenía al frente a uno de los grandes del periodismo. Casi podía olerlo. Quería que hablara por horas. Que me hiciera llorar con sus anécdotas. Que me dijera que sí, que ésta es un profesión malpagada y poco valorada, pero que vale la pena. Y así fue.
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No me di cuenta ese día, pero uno no puede imaginarse la guerra, uno no puede pretender que los barrios son de tal o cual forma, o que las personas (no gente, PERSONAS) que viven en los barrios son de tal o cual forma. No. Uno tiene verlo, sentirlo, olerlo, escucharlo, tocarlo, vivirlo, llorarlo, sufrirlo. Sobre todo cuando la intención es contarlo. Sólo se puede escribir sobre la guerra estando en la guerra. No existe otra forma.
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Y cuando uno está en la guerra, cuando uno la vive, cambia para siempre. El mundo ya no es el mismo, tampoco las personas que habitan en él. Todo cobra un nuevo significado, una nueva apariencia. Es como cuando uno estudia cine o artes audiovisuales: el ojo cambia, se vuelve detallista, está atento a todo. La guerra tiene el mismo efecto, pero en todos los ámbitos de la vida. En todos los días, todas las horas, todos los minutos, todos los segundos.
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La pobreza es una guerra no declarada, una guerra ignorada. Siempre que haya personas muriendo de hambre, hay guerra. Cada vez que llueve y miles de venezolanos pierden sus casas, hay guerra. Cuando un niño no puede ir a la escuela porque no tiene dinero para comprar los útiles, hay guerra. Si hay desempleo, hay guerra.
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En Venezuela hay guerra.
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Lo digo porque tengo el cuerpo lleno de heridas.
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De heridas que me niego a cicatrizar.
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Hay cicatrices de sobra en este país.
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PD: Durante la conferencia Anderson nos contó que Kevin Carter, el fotógrafo que tomó la foto del niño con el buitre (foto que, por cierto, ganó el Premio Pulitzer en 1994) se suicidó después de tomar la foto porque no hizo nada al respecto. Es decir, tomó la fotografía y dejó al niño allí.
OJO, no estoy acusando a Carter de nada. Sólo estoy contando lo que, según Anderson, sucedió. Eso es todo.

10 comentarios:

Bibi dijo...

He leido la historia de Kevin C. muchas veces, intentando imaginar un final diferente, no sé con que objetivo. Y comparto tus palabras con respecto a la guerra no declara en este país. Me gustó tu blog. Seguiré visitandote.

Pulgamamá dijo...

Deb me hiciste llorar, pero como dices ahí prefiero llorar porque eso quiere decir que estoy sufriendo y ante algo así más vale sufrir. Yo también quiero heridas abiertas si me van a recordar constantemente la vida y lo que está bien y mal.
Te quiero

marimarval dijo...

qué fuerte.
Amé este post. Y totalmente de acuerdo, no podemos hablar de los barrios sin adentrarnos en ellos.
Eso es lo que nos falta a la mayoría de los venezolanos...sufrirlo también.

Unknown dijo...

Siempre y cuando se haga algo con la herida, todo está bien. Creo que contarlo, escribirlo, darlo a conocer, es demasiado importante.

Y tu my Deb, eres de las versiones que uno siempre quiere escuchar. Por aquello de editarle a Dios no? (o Dios te edita a ti?)

te quiero, mucho más después de este post

Victor Marin Viloria dijo...

Débora,

Me ha llegado muy adentro esto que has escrito. Era como si necesitara leer esto. Me dolió. Me dejó pensando. Y mucho. La dicotomía entre las heridas vivas y las cicatrices, más que interesante, es necesaria.

Me encantó. Me encantó. Me encantó.

Desde ya disfruto -y espero seguir disfrutando- de lo que nos puedas ofrecer como periodista,

un fuerte abrazo

Juan Miguel dijo...

Me encantó, primero.

Si yo hubiera sido Carter, también me hubiera suicidado.

Ahora, siendo yo, todavía me pregunto por qué no me he suicidado, si de hecho yo tampoco hice nada por el niño.

Las cicatrices...No sé. Tienes suerte. En mucha gente las plaquetas no han trabajado y no han tomado antibióticos, y esas cicatrices en ellos son heridas, que duelen y supuran, y amenazan cada día con seguirse infectando cada vez más.

Lo bueno de las cicatrices es que son recuerdos, son rastros de dolores, de riesgos, de peligros pasados. Pero pasados al fin.

El problema es que yo creo que muchos todavía no hemos cicatrizado, sino que estamos sangrando, o apenas tenemos costras en la piel, que si se rascan o se rozan se levantan para qque las heridas vuelvan a sangrar.

No sé, no sé, no sé. Me saturé, me hiciste sentir muy denso, deb.

La Macorina dijo...

Demasiado cierto, lo que pasa es que uno acostumbra a taparse con gasa las heridas viejas para recibir, medio vivos, las nuevas...qué bueno que haya gente dispuesta a aguatar dolores para hacer algo mejor.

Minerva Vitti dijo...

Pero sin duda las cicatrices son muy peligrosas. Como dice Jon Lee Anderson, "no hay que dejar que las cosas que uno ve se cicatricen".
Un abrazo querida Debora.

Ariana Guevara Gómez dijo...

Deborita, que bueno este post! Sigue escribiendo :)
Besos

Verónica Ruiz del Vizo dijo...

Escuchar a John Lee es sabernos ignorantes. Es comenzar a creer que el dolor, aún no lo conocemos. Es sabernos impotentes.

Anderson es un gran periodista y una muy linda persona.

Besos,
Sigo leyéndote.

Vero