Foto: Kevin Carterd"Nada te prepara para la guerra. Ni las películas, ni los libros. Uno no sabe cómo va a reaccionar, pero como en todo, uno se adapta y adquiere patologías. Uno va sintiendo miedo en diferentes índoles e intensidades. Te adaptas a la posibilidad de la guerra propia o próxima. Sin embargo, no hay que dejar que las cosas que uno ve se cicatricen. Yo creo en las llagas abiertas, en las heridas vivas. Las cicatrices son muy peligrosas. No quiero que la guerra sea una cosa abstracta, objetizable. Quiero que les duela".
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—Jon Lee Anderson, periodista norteamericano y reportero de guerra.
Cuando conocí a Jon Lee Anderson estaba comenzando a hacer mi trabajo de grado. Todavía no había caminado ningún barrio caraqueño, ni me había sentado largas horas a conversar con las protagonistas (mujeres venezolanas que viven en pobreza en la Gran Caracas) de mi trabajo.
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Anderson visitaba Caracas con motivo de la presentación de su obra Che Guevara: Una vida revolucionaria. Recuerdo que compré el libro ese mismo día y que antes de entrar a la conferencia me tomé un par de cervezas con mis compañeras de periodismo en el Ateneo.
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Entonces entramos a la sala. Me sentía emocionada. Tenía al frente a uno de los grandes del periodismo. Casi podía olerlo. Quería que hablara por horas. Que me hiciera llorar con sus anécdotas. Que me dijera que sí, que ésta es un profesión malpagada y poco valorada, pero que vale la pena. Y así fue.
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No me di cuenta ese día, pero uno no puede imaginarse la guerra, uno no puede pretender que los barrios son de tal o cual forma, o que las personas (no gente, PERSONAS) que viven en los barrios son de tal o cual forma. No. Uno tiene verlo, sentirlo, olerlo, escucharlo, tocarlo, vivirlo, llorarlo, sufrirlo. Sobre todo cuando la intención es contarlo. Sólo se puede escribir sobre la guerra estando en la guerra. No existe otra forma.
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Y cuando uno está en la guerra, cuando uno la vive, cambia para siempre. El mundo ya no es el mismo, tampoco las personas que habitan en él. Todo cobra un nuevo significado, una nueva apariencia. Es como cuando uno estudia cine o artes audiovisuales: el ojo cambia, se vuelve detallista, está atento a todo. La guerra tiene el mismo efecto, pero en todos los ámbitos de la vida. En todos los días, todas las horas, todos los minutos, todos los segundos.
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La pobreza es una guerra no declarada, una guerra ignorada. Siempre que haya personas muriendo de hambre, hay guerra. Cada vez que llueve y miles de venezolanos pierden sus casas, hay guerra. Cuando un niño no puede ir a la escuela porque no tiene dinero para comprar los útiles, hay guerra. Si hay desempleo, hay guerra.
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En Venezuela hay guerra.
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Lo digo porque tengo el cuerpo lleno de heridas.
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De heridas que me niego a cicatrizar.
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Hay cicatrices de sobra en este país.
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PD: Durante la conferencia Anderson nos contó que Kevin Carter, el fotógrafo que tomó la foto del niño con el buitre (foto que, por cierto, ganó el Premio Pulitzer en 1994) se suicidó después de tomar la foto porque no hizo nada al respecto. Es decir, tomó la fotografía y dejó al niño allí.
OJO, no estoy acusando a Carter de nada. Sólo estoy contando lo que, según Anderson, sucedió. Eso es todo.