viernes, 20 de junio de 2008

La (cuasi) graduada

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Hello darkness, my old friend,
I’ve come to talk with you again.
Because a vision softly creeping,
left its seeds while I was sleeping.
And the vision that was planted in my brain,
still remains,
within the sound of silence.
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—Simon&Garfunkel + The graduate.
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Mi papá siempre me había hablado de The Graduate. De lo carajito que estaba Dustin Hoffman en esa película, de lo arrecho del soundtrack, de la escena en el último asiento del autobús. Yo creía todo esto porque lo decía mi papá. Y lo creí aún más cuando, mientras cursaba sexto semestre de Comunicación Social, me senté en primera fila-pupitre incómodo-demasiada luz a ver la película.
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Pero ayer la cosa fue diferente. Ayer me despanzurré en pijama a verla de nuevo y me sentí Benjamin Braddock. Con toda la vida por delante y sin saber qué hacer con ella. Con la cabeza llena de ideas desordenadas. Llena de miedo. De incertidumbre. “Hello darkness my old friend”, me dije.
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Estoy sentada en el último asiento de un autobús con el cuello doblado hacia la ventanilla. Estoy viendo el camino que dejo atrás, un montón de calles que conozco, llenas de recuerdos. No sé hacia dónde me lleva el autobús. Cuando miro hacia el conductor, sólo veo un gran plano general completamente negro. Tiene que ser un fade in hacia algo demasiado arrecho. O eso espero.

domingo, 15 de junio de 2008

Lo siento

No me interesa nada de ti.
Ni lo que conozco, ni lo que no conozco.
No me interesa tu pelo, el color de tus ojos, tu voz.
Tampoco la forma en que caminas o tu equipo de fútbol favorito.
Nada me interesa.
En absoluto.
No me importa si prefieres el lado derecho o izquierdo de la cama, si tomas café o té en las mañanas, si usas calzoncillos o boxers.
Nada en ti me fascina, nada en ti me atrae.
No me interesas en lo más mínimo.
No me importas.
Lo siento.

Trastiempo para Montejo

"Lo que se irá al final será la vida, / la misma que ha llevado nuestros pasos / sin pausa, a la velocidad de su deseo. / Se llevará también todas sus horas / y los relojes que sonaban y el sonido / y lo que en ellos siempre estuvo oculto, / sin ser tiempo ni trastiempo... / Cuando haya que partir -se irá la vida, / ella y su música veloz entre mis venas / que me recorre con remotos cánticos, / ella y su melodiosa geometría / que inventa el ajedrez de estas palabras".
d.
Candy, gracias por compartir este texto

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El pan dormido
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Por Juan Villoro
d.
Ha muerto el poeta venezolano Eugenio Montejo. Poco antes de cumplir los 70 años se integró a la ronda de fantasmas que viven en su poema "Los ausentes".
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El padre de Montejo fue panadero en tiempos anteriores a los hornos eléctricos, cuando la harina se confiaba a una cavidad de ladrillos rojos, donde los leños ardían despacio. Aquel hombre que conocía la dignidad del trabajo duro se inició como aprendiz, barriendo y cargando canastos, ascendió a maestro de cuadra y pudo al fin poner su propia panadería. En el ensayo "El taller blanco" su hijo recupera una infancia dedicada a contemplar el paciente esfuerzo de inventar el pan: "La harina es la sustancia esencial que en mi memoria resguarda aquellos años. Su blancura lo contagiaba todo: las pestañas, las manos, el pelo, pero también las cosas, los gestos, las palabras". Ésa fue la escuela de un poeta.
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Montejo prefería trabajar en el silencio de la noche, cuando sólo algún pájaro despistado conservaba su jornada de trabajo. No es casual que dedicara poemas al ánimo tembloroso de una vela, a los asombros de una noche natal, a los trenes nocturnos, a la soledad de la "noche en la noche", cuando los amigos se van por cigarros o cervezas y prometen volver pero no lo hacen.
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Como los panaderos, Montejo horneaba con calma sus poemas para que despertaran a la luz del día. Sus versos están construidos con la sencillez de quien dispone de una materia elemental que se puede amasar de modo infinito. Una voz directa habla de las cosas del mundo: "Cruzo la calle Marx, la calle Freud;/ ando por la orilla de este siglo,/ despacio, insomne, caviloso". En su recorrido, encuentra una mujer dormida, un burro que soporta el castigo de su amo y no se queja, un jardín intacto, un niño que abre los ojos en el pabellón de prematuros, las variadas sombras que arrojó Pessoa y un gallo loco -siempre un gallo- que, al modo del poeta, canta a deshoras.
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"La poesía de Eugenio está hecha de elementos simples", me dijo un día Álvaro Mutis, "lo interesante es cómo los desordena". Montejo no describe: inventa. Cuando habla de una mesa revela el dolor de la madera, lo que siente en clave secreta mientras el vino se derrama y los demás conversan o mientras aguarda, largamente, su oportunidad de intervenir, de volver a ser el sostén de la comida.
d.
Montejo fue un poeta de los adioses. Se despidió del siglo XX, de su padre, de sus amigos, de Lisboa, de otros poetas convertidos en estatuas e incluso de sí mismo: "era mi despedida de este mundo/ la primera vez que me moría". La evocación de lo que se va y regresa como perdurable ausencia era su forma de estar presente. Ahora que ha muerto, hay algo a un tiempo reconfortante y doloroso en ver los muchos pañuelos blancos que dicen adiós en sus poemas. Nadie estuvo más capacitado que él para subir a un barco, levantar la mano desde la popa y volver ese gesto inolvidable.
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Gracias a que fechaba sus dedicatorias, puedo rastrear la primera y la última vez que nos vimos. Conocí a Eugenio Montejo el 18 de agosto de 1987. Era un hombre discreto, que prefería hablar en voz baja, de educación siempre presente y nunca artificial. Como el otro poeta mayor de Venezuela, Rafael Cadenas, no derrochaba palabras en la conversación; reservaba la lumbre para sus versos. En el país del vociferante Hugo Chávez, la mesura del poeta Montejo era un imprescindible valor ético.
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Adicto a Portugal, donde pasó varios años, el autor de Alfabeto del mundo tenía las maneras tranquilas, la elegancia sobria y la "tristeza buena" de un personaje de Pessoa. Hablar con él era una lección curiosa. Montejo reivindicaba la relación sencilla con lo que vale la pena. Había conocido mares, islas y bibliotecas, pero sabía que nada es tan necesario y misterioso como el pan.
d.
Nos vimos por última vez el 2 de agosto de 2005, en casa del poeta Eduardo Hurtado y de su esposa Marcela. A la cena asistió Guillermo Arriaga, quien tuvo el tino de incluir un poema de Montejo en la película 21 gramos. Esos versos que llegan como primeros auxilios (Sean Penn se los recita a Naomi Watts en un hospital) hicieron que la poesía de Montejo comenzara a ser muy leída en Estados Unidos. Durante la cena, Arriaga y Montejo encontraron territorio común en los animales. Uno era un arriesgado cazador de presas y de historias, otro coleccionaba las voces de las aves que escapan para cantar. Arriaga contó que los gansos suelen enviar a un explorador para saber si es seguro bajar a una laguna; en caso de que el explorador se equivoque, es expulsado de la parvada. "Un poeta exiliado", comentó Montejo.
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Con la cortesía que puso en todos sus afanes, el autor de Terredad tomó la previsión de anticipar lo que debíamos decir de él. El poema "La poesía" define su legado:
d.
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide-
ni siquiera palabras.
d.
Llega de lejos y sin hora,
nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
d.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
d.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso, que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.
d.
Montejo tuvo la llave de la puerta. ¿Qué dejó en su taller blanco? El título de la novela del escritor cubano José Soler Puig, El pan dormido, resume su trato con las palabras. En la noche del 5 de junio, Eugenio Montejo se robó el fuego por última vez.
d.
Al día siguiente, el pan estaba listo.

sábado, 7 de junio de 2008

Examen de sangre

A Alieska
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Persigo la imagen que hice de mí
y siempre estoy en deuda conmigo mismo.

d.

—Antonio Miranda, obra de teatro Tu país está feliz.

jueves, 5 de junio de 2008

Blablabla

Tedigoquelapróximavezqueteveatelodigoporsiacasonohayunapróximavezparaquetelodiganiparaquetevea.

(((.)))

Yo quiero caminar por encima de tu pelo,
hasta llegar al ombligo de tu oreja,
y recitarte un poquito de cosquillas,
y regalarte una sábana de almejas,
darte un beso de desayuno,
pa' irnos volando hasta neptuno,
si hace frio te caliento con una sopa de amapola,
y con un fricase de acerola.

—Calle 13.

martes, 3 de junio de 2008

Declaración de amor

A nadie le importa lo que sigue, pero tengo que decirlo:
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TE AMO, Montt.
d.
Sos la sonrisa segura de todos mis días.
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Si no han revisado sus Dosis diarias, por favor, háganlo.
Eso es todo.