El Buscón es una de mis librerías favoritas. La primera vez que entré allí, hace cinco años, fue para preguntar si vendían un cuadro de Charles Dickens que hacía juego con un baúl y un estante viejo. El joven librero de lentes que atendía (y atiende) la caja me respondió, un poco conmovido, que no, que el cuadro era parte de la decoración de la tienda y no estaba a la venta. Luego le pregunté si tenía David Copperfield, y también me dijo que no.
Así, con mis dos negativas, me instalé en uno de los sofás que tenían al final del viejo local (ahora se mudaron a uno más grande, pero menos acogedor) a curiosear libros antiquísimos de literatura inglesa y rusa. Estuve allí largo rato y recuerdo que, con mucho pesar, abandoné el lugar sin comprar nada. Estaba tan triste que ese mismo día juré que cada vez que entrara a una librería tenía que comprar un libro. Es la mejor promesa que he hecho mi vida, lo malo es que no siempre tengo el dinero para cumplirla.
La segunda vez que regresé, mientras revisaba unos libros de cine, me topé con Tiempos difíciles, una de las novelas más conocidas de Dickens. Era un libro usado, pequeño, tapa dura de cuero color vinotinto. Al final del ejemplar había unas anotaciones a bolígrafo rojo y azul:
bergante: pícaro, tunante.
galerna: viento del noroeste.
El librillo costaba 12 mil bolívares, así que lo compré. Es uno de los más especiales de mi escueta biblioteca. Años más tarde compré Marianela, de Pérez Galdós, a 2 mil bolos. Son mis dos únicos libros usados. Pero bueno, eso no es lo que quiero contar.
Resulta que el miércoles pasado fui para Trasnocho a ver Acuérdate de mí (si están depre no la vean, hace trizas el corazón) y, como siempre, entré a El Buscón a pasar el tiempo.
Entonces el librero, el joven de lentes que siempre está allí, se acercó y me dijo: "Me llegó una primera edición de Dickens, ven que te la muestro". Lo seguí hasta una estantería y me lo colocó en las manos: era The Pickwick Papers, el primer libro que escribió Dickens. Era una de las primeras ediciones, es decir, el libro en cuestión tenía más de cien años. Olía a historia, a mar, a té, a tinta, a polvo, a buque, a moho. Las ilustraciones, como todas las de los primeros libros de Dickens, eran de Phiz. Costaba 2 millones de bolívares. Obviamente, no lo compré.
Si no fuera por la película, esa noche hubiera sido una de las más lindas de mi vida. Nadie, ni siquiera mi madre (quien creo que me conoce mejor que yo) ha tenido conmigo un gesto semejante al del librero. Ojo, hay muchos tipos de gestos. Pero, al mismo tiempo, ¿no es maravilloso que un desconocido, un casi-completo-extraño te ponga en tus manos un puño de la más pura felicidad? Porque fue eso: felicidad pura, absoluta. ¡Yo ni siquiera sé su nombre! Y él, a cambio, me deja a solas con una primera edición de mi escritor favorito. Magia.
Sí, la magia existe.