I. Oscar lo dijo aquella noche en Plaza Altamira: “La vida es un trance”. Candy empinaba una birra y zarandeaba la cadera. No le estaba prestando mucha atención. Pobre hombre. Entonces concluyó: “Te mueres desangrado yendo de un hospital a otro”. Hablábamos de la vida en Caracas. Y de la muerte en Caracas. Tal como dice la canción: cuídate de la esquinas, no te distraigas cuando caminas. Recuerdo que no quise cerveza esa noche. Tampoco rumba. Sólo papas fritas y mi pijama. Y un libro de Cortázar que no compré, muy cara la feria. Me fui a dormir pensando en lo del trance.
II. Por favor, Dios mío, que se pare esta vaina. Que se pare de una puta vez. No quiero morir en un terremoto. Mierda, está durando demasiado. No puede ser que vaya a morir aplastada. Se va a parar, lo sé. Esta mierda se tiene que parar. Coño. Por fin. Se paró. Menos mal. Qué cagazón tan arrecha. QUÉ CAGAZÓN. Soy una maldita gallina clueca. Me quedé metida en las sábanas rezando en vez de correr a una columna o marco. Qué bolas. Mierda, tembló otra vez.
III. Camino de Otrobanda a Punda por el puente flotante Reina Emma, en Curazao. Qué fácil es huir del pasado en suelo extranjero. De las sombras y los fantasmas. No quiero irme de Venezuela, no. Sería más fácil, por supuesto. Mucho más. Irse siempre es más fácil que quedarse. Claro, eso que no quiere decir que irse es fácil. Sólo, como digo, que quedarse siempre es más duro. Despertarse sin los demás, con el mismo sueldo de mierda en el bolsillo y un país que no sirve. Quedarse es de valientes, de románticos, de masoquistas. Mentira, irse también. Como dice Drexler: “La distancia es un oasis, una forma de mentir”.
IV. Nunca deshago la maleta. Prefiero que la ropa se amuñuñe, se arrugue, se amontone. Que lo limpio se confunda con lo sucio. Que ayer se mezcle con mañana. Y mañana con hoy. Y hoy con ayer. Que cada día sea decidir entre recuerdos. Para que siempre haya chance de volver o de tirar la maleta. Esta maleta que llevo conmigo a todas partes. Sin deshacer.
V. A ver. Me encantas. Me partes. Cada vez que pasas por aquí, todo despeinado, me mareo. Quiero que me veas, claro. Pero me da tanta pena que me hundo en la silla, hago como si nada y sigo escribiendo. Pasa otra vez por aquí, anda. Pasa mil veces y todos los días por esta misma esquina. Dime guapa, qué bien escribes, lindísima eres, invítame un café, que lea tu nota, llévame a una obra, lo que sea, dime guapa. Es bien españoleto, pero me gusta. O lo que tú quieras, dímelo. Y pasa por aquí, por favor. Otra vez.
VI. Oye, la Real Academia Española está de acuerdo con Oscar. Fíjate: Trance. (Del fr. transe, de transir, y este del lat. transīre). 1. m. Momento crítico y decisivo por el que pasa alguien. 2. m. Último estado o tiempo de la vida, próximo a la muerte. Último trance. Trance postrero, mortal. 3. m. Estado en que un médium manifiesta fenómenos paranormales. 4. m. Estado en que el alma se siente en unión mística con Dios.
VII. Pensarte, entonces, es un trance. Como ese poema de Lope de Vega: “Ir y quedarse, y con quedar partirse,/ partir sin alma, y ir con alma ajena,/ oír la dulce voz de una sirena/ y no poder del árbol desasirse;/ arder como la vela y consumirse,/ haciendo torres sobre tierna arena;/ caer de un cielo, y ser demonio en pena,/ y de serlo jamás arrepentirse;/ hablar entre las mudas soledades,/ pedir prestada sobre fe paciencia,/ y lo que es temporal llamar eterno;/ creer sospechas y negar verdades,/ es lo que llaman en el mundo ausencia,/ fuego en el alma, y en la vida infierno”.
VIII. Escribir también.
IX. Y viajar
X. Y todo (tú).
XI. Y esto que se llama vivir.