domingo, 29 de abril de 2007

Cotidianidades I

Mucho siempre termina siendo nunca. O como dice Javier Marías en Corazón tan blanco: "siempre es demasiado tarde".

Cuando todos son culpables, todos son inocentes. Y viceversa: cuando todos son inocentes, todos son culpables. Coclusión: más vale ser culpable que pagar por inocente (digo yo).

Otra vez Marías: Si tu amante fuera a matarte, ¿querrías saberlo?
(YO) Respondo: Sí, para matarlo primero.

Somos pocos

"Poquito a poquito
copete empaqueta
poquitas copitas
en este paquete".

miércoles, 25 de abril de 2007

El "Che" caraqueño


Hoy, mientras reporteaba en Plaza Bolívar (la del casco central de la ciudad), me encontré cara a cara con el "Che": buenmozo, cabello ébano, ojos chispeantes, boina con estrella, pantalón camuflado, camiseta blanca ovejita, botas bien anudadas, navaja, pistola y Jeep. Era él, lo sé porque, a 25 metros, había un quiosco en el que se vendían sus fotos en blanco y negro. La misma cara, la misma actitud. Algo impresionante, de veras, aunque no tan maravilloso como lo que sigue:

Asombrada por mi viaje en el tiempo, llego a la oficina y echo el cuento. Y, para sorpresa mía, todos en el galpón ya lo habían visto antes. Es decir, el hombre se la pasa paseando por Caracas. Es una leyenda viva, un puente en el tiempo. Tienen que verlo. Si no, es como si no vivieran aquí.

La foto que precede a esta entrada es propiedad de Ermelinda Maglione (http://www.kernelpanic.org.ve/s0natagrl/), quien se consiguió al "Che" en la playa y logró fotografiarlo a su regreso, en plena autopista.



Lo encontré es mío


¿Saben lo difícil que es que llueva dinero? ¿Y, más, aún que no se evapore con el sol? Pues muy difícil. Pero como los duendes exiten (aunque el mío esté un poco perdido), entre todas mis quejas de cada día, hoy resulta que me tope con 35.000 bolívares en el piso. Fue algo tan maravilloso que no lo podía creer. Los vi delante de mí y pensé: "Es imposible, seguro que me agacho y aparece el dueño". Sin embargo, la gente seguía pasando sin pecartarse del montón de billetes azules que yacían en el suelo. Así que, muy aparatosamente, me incliné sobre ellos, los apreté en mis manos y huí cobardemente. Qué lindo oficio ser ladrón sin quererlo, así por casualidad, sin culpas ni remordimientos. Qué sabroso, entre tanto caos, apoderarte de algo que no te pertenece y emplearlo a tu gusto. Qué bien se siente ser prófugo de las buenas maneras, de lo correcto.

Ya ven: sí llueve dinero. Sólo hay que esperar.

Y quejarse, por su puesto.

Ver para creer

Un poco tarde, pero aquí está. Me la mandó un amigo que desde hace tiempo no veo... ¡Gracias!

domingo, 8 de abril de 2007

Te la calas o te largas

Hace tiempo que Pescadores, un cayo hermosísimo de Morrocoy, no es lo que era: una cristalina piscina de agua templada y poco profunda, en la que cada quien hacía lo que le venía en gana (como debe ser) y sin molestar al otro (como debe ser también). Se podía tomar sol, oír musiquita, jugar frisbee-raqueta-castillos de arena, flotar, bucear, etc.
Hoy, no puede hacerse nada de eso. Lo que antes era un oasis, ahora se ha convertido en una deplorable discoteca de mala música y en una ridícula pasarela de derroche y pantallismo. El que tiene la lancha, mejor dicho el súper-yate-estilo-crucero más grande, es que el manda: se ubica en el centro de la piscina marina (cuando con semejante monstruosidad de máquina bien podría irse navegando hasta Australia) y, sin que nadie se lo pida, prende a TODO volumen dos gigantescas (a veces más de dos) cornetas en las que sólo suena reguetón y dale que te pego con el reguetón.
Es aquí cuando pregunto: ¿Quién coño le dijo a él que yo quería oír reguetón? Es más, ¿quién le dijo que yo quería escuchar siquiera una canción de todo su maldito repertorio? ¿Por qué, si no me da la gana, tienes que obligarme a oír tu música? ¿Por qué los demás no podemos oír nuestra música? ¿Por qué y mil veces por qué?
¿Quieren saber por qué? ¡No existe ningún porqué! Ése es el gran problema. Pero claro, como su lancha es la más grande y sus cornetas también, pues a joderse todos. Peor aún, a joderme yo solita porque, para aumentar mi indignación, al parecer a nadie más le molestaba la música. Todos se habían resignado a ecucharla o todos, lamentablemente, realmente disfrutaban el circo. Sí, un circo: el poderoso rey rodeado de fieles súbditos que bailan y cantan lo que a él le da la gana.
Entonces vuelvo a preguntarme, ¿qué puedo hacer yo? Pues nada. O todos vendieron su alma al reguetón o yo soy una bicha rara. Y para cualquiera de los dos casos sólo hay una solución: o me la calo o me voy. Y me fui.

Lo que se lee en la vía


Kultura alternativa
"Más sersa de ti"


Al lado de la cueva de una Virgen:
No orine aquí
Luego, dos metros más adelante:
Baño 500 bolívares

sábado, 7 de abril de 2007

Curvas peligrosas

Yo no lo sabía, pero entre Acarigua y San Carlos hay unas curvas muy pero muy peligrosas. Tan peligrosas que si no frenas, lo más seguro es que no sobrevivas a la curva. A continuación les dejo las innovadoras señales de tránsito que llaman la atención sobre este asunto.

Estás manejando en pleno llano y, a tu mano derecha, empiezas a leer:

Reduzca velocidad

Zona de extremo riesgo

Curva peligrosa

CURVA EXTREMADAMENTE PELIGROSA

CURVA ARRECHA
SE MATA LA GENTE
POR IMPRUDENTE

Y: mi conjunción preferida

Me gusta la Y por varias razones:

1) porque siempre dice que sí
2) porque nunca deja a nadie por fuera
3) porque suma en vez de restar
4) porque no le importa nada: "¿Y qué?"
5) porque anuncia, no denuncia
6) porque nos deja continuar

Yo, monstruo

Esta es una historia de esas que no se sabe cuándo comienzan ni cuándo terminan. Es un fuego intermitente, un llamado a pie de página que surge desde adentro para traernos la noche: una noche oscura, densa, profunda, al parecer sin salida, sin luz. Luego vuelve a irse, pero siempre con la promesa férrea de regresar. Porque los monstruos nunca mueren, siempre reviven.

Hacía tiempo que no me encontraba. Leía poemas y nada; veía una película y nada; escribía y nada. Nada me hacía tilín en el corazón. Y cuando digo nada, realmente quiero decir NA-DA. Pero como la rutina siempre ayuda (hay que aceptarlo, la rutina ayuda), no le había prestado mucho caso al asunto.

Entonces llegó la tormenta. Estaba sentada de cara al mar y no era feliz. No lo era, en absoluto. Me encontraba en uno de mis lugares favoritos en todo el mundo, no había nadie a mi alrededor, el sol brillaba, el aire olía a algas marinas y, una vez más, nada. No sentía nada. Mentira, sí que sentía: me sentía enferma, arrecha, triste. Miré dentro de mí y encontré un monstruo.

El bicho ya está medio muerto (los monstruos nunca mueren, siempre reviven) o, al menos, se está haciendo el dormido. El secreto para que un monstruo no despierte es hacer mucho ruido: reír estridentemente y celebrar cada cosa nimia. Aunque no lo parezca, odian tener que aparecerse. Por eso sólo lo hacen cuando es irremediablemente necesario, esto es, cuando dejamos de vivir. Los monstruos son los guardianes de la felicidad. Así que si lo ves aparecerse muy a menudo ponte pilas.

Un beso para los monstruos de todo el mundo.